sábado, 27 de noviembre de 2010

La huida



El viento de levante se agita en el exterior golpeando con toda su fuerza las persianas. Parece que de un momento a otro se va a quebrar el frágil equilibrio entre el vendaval y el apocalipsis. Pero todo es una percepción desde la altura.

El sopor de medio día me adormece y mis parpados caen pesados en el olor de la comida.

Aromas y viento me mecen y permiten mi huida.

Todo está oscuro allá donde voy. Es más fácil estar aquí lejos de mí, que estar allí lejos de ti. Siento el placer de la irresponsabilidad, de las manos cruzadas sobre el vientre, de la respiración lenta… a lo lejos quedó el viento de levante.

De repente, tu lo llenas todo de nuevo. Intento una nueva huida, pero me persigues. Quiero escapar, pero te ciernes sobre mí como el sol del amanecer sobre el volcán del este.

Desisto y caigo una vez más en tu luz… 

Echo de menos mi oscuridad por eso elijo despertar, volver al golpeteo de las persianas malhumoradas en su resistencia ante viento, al calor de los fogones aburridos, al olor de cebolla frita, a la tortura del vacío.

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